
Cuando pensaba que yo no podía volver a herirme, llega y viene con el mejor arma que tiene. Dispara, y veo como en cámara lenta su bala llega justo donde más duele; lo terrible es que lo que me mata en esta ocasión (y en todas las otras) no me hace más fuerte.
Lo miro mientras permanezco con la herida a flor de piel, y logra mantenerme la mirada pero su cara se mantiene impertérrita. En esos segundos que parecen eternos, donde nuestras pupilas se encuentran; yo comprendo que no importa cuántas vueltas tenga que darle al calendario, ni que tan fugazmente sea ese momento de intimidad fantasiosa en que nos encontramos ,ni tampoco la distancia que nos separa ... Entre él y yo, que nunca fue un nosotros siempre existirá esa complicidad que permanece diafanamente oculta (vaya ironía!) en nuestros corazones. Y creo que el sabe, que sin dudarlo un segundo; si pudiera hacer tangible el deseo de tenerlo conmigo, aceleraría el reloj para que avanzara más rápido, acortaría el mapa para que no nos separen más kilómetros y sellaría ese encuentro con un beso. Así, mientras nuestros labios estén entrelazados lograríamos un sólo lenguaje y las palabras sobrarían, en ese momento mi corazón se puede saltar un latido y al mundo le puede sobrar una vuelta y estoy segura que a ninguno de los dos nos importaría. Pobre de mi mente que le gusta soñar con alevosía, esos sueños perfectos donde puedo abrazarlo y caminar junto a él con nuestras manos entrelazadas ... esos despertares son los más amargos, muchas veces logran que un nudo se forme en mi garganta y lágrimas bañen mi cara. Algún día deberé aprender a dejar las riendas a la razón y comenzar a tomar el control, ya que con cada viaje me invade la tristeza y la caída me golpea con más fuerza quedando mis heridas desgarradas y yo sin las posibilidades de pedir ayuda porque la persona que las causa es la única que las puede curar. Lo más triste es que no sé si él está dispuesto a hacerlo.