24 de enero de 2013

Lección Isla n°1

Don Clemente
Muchas de las historias que escuché en la Isla quedarán en mi memoria para siempre. La de don Clemente es una de ellas.

Hay momentos en la vida en que pensamos que nuestro dolor es el mayor que se puede tener y que no hay nada más allá de lo que nuestros ojos logran ver. Cuando eso sucede es bueno movernos de nuestros cómodos asientos y ver más allá de nuestros hombros. Observar en realidad como el mundo avanza y arrastra a todos con él. Detenerse en el movimiento constante que éste acarrea es difícil, pero necesario.  Debemos querer, cuidar al prójimo tal cual como lo hizo el samaritano de la conocida parábola al detenerse al lado de la ruta para prestar una mano amiga. Es fácil arreglar el mundo con palabras más es en las acciones donde se hace logra el cambio.

Don Clemente, hombre de manos trabajadoras, mirada fatigada quizás hasta por sus propias vivencias, corazón bondadoso. Llegó hacia a mi por una simple consulta, me comenzó a relatar su vida porque a él “le gustaba hablar” y a mi también me agradaba ser su oído atento. Es un trotamundos, probablemente de joven estaba lleno de sueños y ambiciones. Ha conocido norte y sur, y hace ya años se estableció aquí en la isla. Dice que no se escapó de nadie, como “prueba” de eso me muestra su carné de identidad y me recalca que sus papeles están limpios. Lo miró y doy certeza de lo que me dice. Hasta el día de hoy trabaja en lo que puede (y lo que su condición física le permite) porque como él me dijo “debe parar la olla”. La vida suele ser injusta para las personas que no han recibido educación y les obliga a explotar su cuerpo para sobrevivir. A medida que me va contando sus historias, sus ojos se llenan de lágrimas, es difícil ver como una persona que hace unos minutos era un desconocido se quiebra ante ti. Actualmente no tiene compañía, su esposa murió hace 8 años y jamás me mencionó si tuvo hijos. Se disculpa conmigo por no haber venido el día anterior pero le habían entrado a robar. Logro apreciar un cambio en su expresión, era de sufrimiento.  La gente en la isla debe saber que vive solo, y además de su condición física que le imposibilita tener alguna reacción a defender lo que es suyo, porque “una vez que se acuesta no puede moverse hasta la mañana”. Me muestra su problema. Debo admitir que al verlo quedé impactada. Me pregunté cómo podía soportar ese dolor. Me sentí incapaz de ayudarlo. Sólo pude darle unos simples consejos, pero él me devolvió una dulce mirada y ésta fue una de las que más han llenado mi corazón,  luego esbozó un “gracias señorita”. Desde ese minuto, mi tarde ya no fue la misma.

Tomarnos el tiempo de escuchar es una de las lecciones que don Clemente me enseñó y espero no olvidar y siempre ponerla en práctica.

Desearía que todos tuvieran un don Clemente que los sacuda y los haga reaccionar sobre lo egoístas que somos con lo que poseemos. En este caso fue algo tan sencillo como ESCUCHAR. Si cada uno de nosotros aportara un granito de arena … el mundo ya no sería un lugar tan solitario para nadie. Estoy segura que eso haría una DIFERENCIA.